Por: César Augusto García Arias Berlín no quiere caer Es el fin, pensó. Rodillas sobre el suelo, mirada encendida de tristeza y manos mugrientas, capítulos de un desastre que el humillado comandante temía presenciar. Mientras vio como su casa se quemaba con su esposa e hijo dentro, la estupefacción cobijó al viejo como la muerte cobija los moribundos. Es el fin, pensó, y luego de permanecer horas frente a la ahora calcinada casa, el desdibujado comandante se retiró con las manos en los bolsillos y la cara tiznada. Lo único que le quedó fue su roído uniforme y un viejo testamento envuelto en un plástico amarillento. Es el fin, pensó. Era marzo de 1945 y la ciudad de Berlín ardía en llamas. Viernes en la tarde. Centro de Adultos Mayores Listón Urrutia. Era costumbre sentarme con mi abuela a escuchar música clásica y hablar, a veces bajo el árbol de la alameda principal, pero no lejos del palomar del viejo Cristobal. Entre los muchos temas de ...