Gracias Arepa
Por César Augusto
García Arias.
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El barrio. Yo aprendí muchas mañas. Salía con mis amigos a tocar timbres, robar mangos y corretear gallinas. Solía debatir con ellos la existencia de alienígenas y digimones. Cada tanto jugábamos fútbol y fue el fútbol que me condujo hacia ti. Recuerdo que era agosto, el cielo estaba lleno de cometas y yo estaba sentado sobre mi balón de fútbol viendo ese espectáculo. De la nada surgió la idea de comer salchichón y me dirigí hacia la tienda. De las vueltas que nunca le entregué a mi papá compré “quinientos de salchichón zenú”. Cuando estaba a punto de salir el tendero me dijo ¿y la arepa? Yo no entendía, “¿salchichón con arepa?”, pensé. Probemos. Me encantó al instante. Así fue como se volvió costumbre comer salchichón con arepa. Es todo un manjar.
El colegio. Sabía que algo no
encajaba en mi lonchera. Claro, la arepa. ¡Cómo putas mi madre me empaca huevo
cocido, arepa y jugo de tomate de árbol!, pensé. Pero me encantaba pelar el huevo, ponerlo
sobre la arepa y comer la simulación de emparedado que fabricaba. En la
escuela mis conocimientos sobre la vida aumentaban proporcionalmente al
conocimiento de la arepa. Antes de ir al colegio encontraba la arepa en mis
desayunos: En el principio una arepa bastaba, luego eran dos, pero nunca
excedía el máximo de tres. La proporción aritmética per cápita era estándar.
Luego de estudiar el fenómeno de consumo de arepa por unidad familiar y luego
por unidades poblacionales más grandes, llegué a la conclusión que se come más
arepa que cualquier otra harina disponible en el mercado.
Otra vez mi madre. Recuerdo que cada dos días me obligaba a abastecer nuestras reservas de arepa. Iba a la tienda, compraba mil pesos de arepa y listo, era simple, mecánico, costumbre. Hasta que conocí a María. Era otro agosto de esos de vientos tibios y cometas en el cielo. Yo iba en pijama a comprar mis arepas y me topé con la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra. Blanca, cabello rizado y ojos claros. Su pijama era de perritos y usaba medias de deditos. Ella también llevaba su dosis de arepa. Nunca le había visto en el barrio; tenía presente a todos mis vecinos. En todo caso, María me sorprendió. De regreso a mi casa, con el mandado en mi pecho, pensé que María y yo nos unía una sola cosa: la arepa.
Otra vez mi madre. Recuerdo que cada dos días me obligaba a abastecer nuestras reservas de arepa. Iba a la tienda, compraba mil pesos de arepa y listo, era simple, mecánico, costumbre. Hasta que conocí a María. Era otro agosto de esos de vientos tibios y cometas en el cielo. Yo iba en pijama a comprar mis arepas y me topé con la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra. Blanca, cabello rizado y ojos claros. Su pijama era de perritos y usaba medias de deditos. Ella también llevaba su dosis de arepa. Nunca le había visto en el barrio; tenía presente a todos mis vecinos. En todo caso, María me sorprendió. De regreso a mi casa, con el mandado en mi pecho, pensé que María y yo nos unía una sola cosa: la arepa.
Hay tantas mujeres lindas como
arepas en mi ciudad. Las hay grandes, pequeñas, sencillas, rellenitas,
perfumadas, acabadas por el paso del tiempo, estudiadas, poco estudiadas, de
colores amarillos, blancas y negras color carbón, hablo de las arepas, claro.
Pero María era especial. Además de ser hermosa me llamaba la atención que cada
dos días también compraba mil pesos de arepa. Era toda una casualidad. Y pensaba:
las casualidades no existen. María es mi chica. Entonces cada vez que veía o comía una
arepa pensaba en María. Sancocho y arepa igual a María. Huevos pericos, María,
tamal, María, frijolada, María, arepa con queso, María. Al mismo tiempo que
pensaba en María iba a la tienda a comprar arepas, más por encontrar a María
que por mi tarea de abastecedor. Llegó
otro agosto y mi edad era de 8 años. Ya podía volar mi propia cometa, pero aún no
había besado. Y sucedió que, esperando ser atendido, María llegó y se hizo justo detrás
de mí. Como era muy tímido no tuve el valor de hablarle, pero ella si. “Oye,
cómo te llamas”, preguntó. Ppps, pps, Martín, le dije, y esa fue la última vez que tuve
cerca a María. Luego me enteré que su familia se había mudado a otro barrio. Nunca la pude besar. Ese agosto no elevé cometa, no jugué fútbol y me rehusé a comprar la dosis
programada de arepas. Mi madre no entendía el porqué de tal rebelde. <<Martín es muy joven y tal vez entraba en su etapa de rebeldía>>, pensaba mi madre, a lo que
seguidamente le añadía: <<cada tiesto con su arepa>>.
Mi padre. Recuerdo que los
sábados solía llevar pollo asado a la casa. “Para que su mamá no cocine”,
decía. Eran buenos tiempos. Todo pollo
asado traía consigo abundante ración de arepa y abundante ración de yuca y abundante ración de papa. Pero era la arepa mi acompañante preferido. También recuerdo de mi padre las primeras frases sexuales asociadas a la arepa. Un día borracho me decía; “Y busque una arepa bien grande, hágaselo
rico, como un hombre”, y alzaba sus manos sobre su cabeza y con sus dedos me enseñaba una vagina. No entendía un carajo, y busqué respuestas en mi madre. Pero todo fue en vano; esa noche mi madre me mandó a dormir temprano.
Fue en el colegio donde sí me
explicaron el significado de dicha frase, pero no fue propiamente la profesora
de urbanidad, no, fue el Carlos. Yo tenía 11 años y creía saberlo todo; pero Carlos sabía más. Sabía cómo hacer copia, sabía cómo falsificar cartas de permiso
donde detalladamente suplantaba la firma de su mamá, sabía saltar tapias, y lo
mejor, sabía todo sobre el sexo. Carlos era ese libro abierto que sin tapujos aseguraba
saber sobre coitos, pajas y cómo distinguir una arepera de un heterosexual”. Nos
decía <<ahí va la arepera, una lesbiana...>>. Pasaron los meses y Carlos fue
expulsado del colegio. Nadie volvió a saber sobre él. Pero se me ocurre que, dado el talento que solía mostrar de la antropología social urbana, hoy Carlos sea un distinguido escritor de novelas de superación personal o un aclamado guionista de cine porno.
Con el tiempo fui resolviendo
dudas sobre sexualidad y el amor. Sin embargo tampoco soy el más experimentado en
la materia. A mis 15 años ya sabía que una arepa era también una vagina, que
hay areperas muy lindas y carismáticas, que ser arepero no era una enfermedad y
que la “arepa quesuda” podría ser el nombre de una película triple equis. Pero Carlos
me enseñó algo: la sexualidad es al hombre lo que la arepa a la changua, una
relación indisoluble.
La arepa nos ha invadido. Y es
cultura. Tanto es así que muchos antropólogos la consideran el “pan de los
Andes”. Cuenta la historia que el mismo libertador Simón Bolívar prefería la
arepa que el pan traído de Europa. Ahora que lo pienso, posiblemente ganamos
las guerras de independencia a punta de municiones de arepas. No había carne
para el ejército pero sí arepa. Y eso se debe a que somos gente de maíz,
principal materia prima para fabricar la arepa. Preguntarán ustedes cuál es el
otro ingrediente, y la respuesta no podría ser otra que el sudor. La combinación
entre maíz y sudor es similar a la de Robin y Batman, una combinación “fantástica”.
Ahora entiendo por qué las arepas prefabricadas marca Éxito son tan horribles.
No hay sudor en ellas. Y es que Doña Gladys, mi vecina, la arepera, es decir, la que
fabricaba arepas y surtía las tiendas del sector, tenía tan “buena mano con las
arepas”, que seguramente su sudor era especial. Recuerdo que en navidad Doña Gladys
siempre le regalaba a mi madre bolsas enteras de arepas, y lo mejor, todas ellas deliciosas, calienticas y tiernas.
Hoy en día se consume más unidades
de arepa que unidades de Coca-Cola, cerveza
y marihuana juntas. En Colombia, así como hay carteles de la droga, la papa y
las esmeraldas, también existen carteles asociados a la arepa. Hay más de
veinte mil recetas disponibles en internet donde la arepa es la protagonista.
Los primeros conquistadores españoles descubrieron que la arepa era una viagra
natural. En un día promedio se fabrica la cantidad de arepa suficiente para
darte la vuelta al mundo diez veces. Los teóricos del turmequé, asocian el
lanzamiento del tejo a antiguas costumbres indígenas de lanzamiento de arepas
sobre arcaicos aparatos de embocinamiento. Un reciente documental de History
Channel afirma que la génesis de la arepa es un concepto que surge gracias al intercambio
cultural entre humanos y antiguos alienígenas verdes que habitan la galaxia
Andrómeda. El Vaticano ha considerado que Jesús, durante la última cena, dio a los doce apóstoles una
arepa y no un pan. En el verdadero Génesis está escrito: <<Dios creo el
cielo, la tierra y la arepa (…) y Dios vio que todo era bueno y descansó>>.
Ahora tengo 25 años y me falta
mucho por vivir. Espero que mi vida sea cada día mejor y que la existencia de
la arepa nos permita recordar lo hermoso que es la vida: María, los agostos de
cometas, el salchichón con arepa, mi papá, mi mamá, el barrio, Carlos, Doña
Gladys, y todos los que, como la arepa, llenaron y siguen llenando mi vida de
momentos inolvidables.
César, que gran trabajo, a modo de comentario personal, no soy muy amante de la arepa jejeje, pero la gran historia que has creado en torno a la arepa me parece realmente maravillosa. Una vez más me quedo complacida con esta lectura y admirada con tu particularidad. Felicitaciones. Att: Lady Tatiana Pimentel.
ResponderEliminarMuchas gracias. A ti gracias por sacar tiempo y leerme. Un beso y un abrazo.
EliminarEstimado cesar,
ResponderEliminarhoy desayune calentado de frijoles con arepa, un placer excelso como sencillo. luego de la primera cucharada sigue el primer mordisco, es una tarea que no se puede parar hasta terminarla. leerlo me hizo recurrir a la memoria, hijo del maíz, saltador de tapias, vecino de muchos. Hermano de la arepa nos veremos pronto.
Muchas gracias amigo. Sus palabras me motivan a seguir escribiendo. Un abrazo. Que vengan más frijoladas con arepa.
EliminarY se creó la arepa. ¡ Buenísimo !. Definitivamente no existe nada mas colombiano que una buena arepa, " grandes, pequeñas, sencillas, rellenitas, perfumadas, acabadas por el paso del tiempo, estudiadas, poco estudiadas, de colores amarillos, blancas y negras color carbón, HABLO DE LAS AREPAS, CLARO !!!!" y tambien tostaditas, con mantequilla, con queso, con miel, fritas... Ummmm. Relatos que reflejan lo que somos y de donde venimos; de la arepa con salchichón. Gracias Cesar.
ResponderEliminarHola
EliminarGracias a usted por seguir este blog. Un abrazo y feliz día.
Merecedio homenaje a la arepa. Me quedo con las variables:pollo y salchichón,el resultado de la combinación acaso puede definirse.
ResponderEliminarAtento a cada nueva entrada.