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CUENTO: 1432 FIRULAIS




1432 Firulais




Ya me tenía harto el cuándo me va a sacar a pasear, que mire que usted no me lleva al parque, que quiero ver y sentir el barrio y lo que hay más allá de él, que por favor no sea así, indiferente, olvidadizo, apendejado, que si me saca prometo comportarme bien. Y cedí. 

Sacar a mi amo a pasear es toda una cagada. La primera vez, tuvo la osadía de salir corriendo detrás de un culo y dejarme botado; por ese chiste casi me pierdo. La segunda vez, ya en el parque, se deslizó por un tobogán metálico, de esos que terminan en punta oxidada con vista al cielo, y casi pierde su escroto. Y la tercera vez, consecuencia justa a la frase uy que bonito bombón, pisó una mierda épica, que luego el apendejado no supo desembarrar.  La vida para mi amo comienza con una sonrisa y termina en una quemada. Lo cierto es que yo, Firulais, estaba haciéndome el loco para evitar la fatiga de cargar con ese atentado al buen actuar. Pero, repito, cedí.

Salimos de casa y gatos. A mi amo le gustan los gatos, que uy michingo tan lindo, que miau, miau, que me lo voy a robar. Como pendejo mi amo, qué hace un gato, nada, con el tiempo son mimados y conchudos, vagos si se quiere, pensé. 

No pasó cinco minutos y mi amo pedía arbolito. Cedí. Ahhhh, descansé la vejiga, decía el pobre hombre. Luego caminamos un buen tramo y mi amo comenzó a oler tiendas de barrio. ¿Vecina, tiene papitas, vecina una PonyMalta, vecina vende salchichón?, deme quinientos pesos más trecientos de arepa, por favor, decía, con aire de niño hambriento. 

Mi amo me hablaba pero poco prestaba atención. Si algo me interesó fue la tal Geografía de la Seguridad, y eso porque me tenía hasta la coronilla con su idea de que toda casa no termina en la puerta, termina en la reja. Y dele una buena parte del trayecto. Terminé por aceptar que mi amo tenía razón, pero no frente al tema en cuestión, sino frente a la vida: vivir es lo más cercano a habitar el espacio entre la puerta de acceso y la reja de protección, aunque esto implique nunca salir o nunca entrar. 

Rápidamente mi amo contó rejas, carritos de Bonice, antenas de Claro, antenas de Movistar, nubes con forma de vaginas, mototaxistas, policías acostados, balcones, y para variar, pasos. 1432 pasos, contó. Oye Firulais, 1329, 1330, 1331..., contaba con alegría. Sin embargo, era estresante, y con ganas.  Quería salir corriendo, pero puff, un jalón bestial y directo a un culo bolas de trapo. 

Wendy estaba buena, sí, lo acepto, pero no era para tanto. Que mi amo se desvelara por ella y quisiera hacerle la vuelta, me tenía sin cuidado; el problema es que me arrastrara consigo, a escuchar frases estúpidas y presenciar cómo un pobre de vereda conquista a una guisa de barrio. Mami estás muy linda, gracias, Mami qué harás este fin de semana, hacer oficio, Mami si quiere la invito a unas polas, uy no, no me gusta tomar, cómo así linda, oye cómo se llama tu perro, Firulais, y cómo se llama el tuyo, Kitty. Era patético y yo sabía que Wendy era una chica cajeroautomático, funcionaba solo con tarjetas bancarias; Jorge no tenía oportunidad.

Cuando Jorge terminó con su payasada provincial, avanzó hacia una tienda y compró un BonYourt. Le permití devorarlo con tranquilidad, no quería joderlo más, tampoco mi amo se merecía tal tedio. Avanzamos ---yo siempre a la cabeza---, caía la tarde-noche, y otra vez los gatos. 1430 y 1431, llegamos, proclamaba mi amo, con cara fatigada. No, imposible, estamos en un sueño, me atreví a cuestionarlo. ¿Sueño? pero yo conté 14 antenas, 39 balcones, 9 mototaxistas, 8 tiendas...Sí, usted contó bien, y yo no soy su perro, yo soy un muñeco de plástico, su perro de plástico, sentencié. 

1432, puff, y despertó de una larga siesta. 15 años pasaron, desde la última vez que Jorge jugó con el perro de plástico que le regaló su mamá de cumpleaños, Firulais. 


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