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CUENTO: TOBOGÁN DE AMOR


TOBOGÁN DE AMOR




<<Chite perro>>, y no se iba. <<Chite perro>>, y más nos seguía. <<Espántelo con una piedra>>, manoteaba mi mamá. <<Ahs, dejen ese perro tranquilo. Ahí está la consecuencia de darle de comer>>, sentenciaba mi papá con ademán de resolución. <<Chite perro>>, y no se iba. <<Me rindo, me rindo>>, pensé en voz alta,  y resolví tirar a un lado del camino la rama que había tomado para sacar corriendo al espantajo de perro que nos había montado la perseguidora. 

Firulais, como le llamaba mi mamá al chandoso perro, había ganado la batalla contra la impaciencia y se le veía correr como loco para alcanzarnos. Era jueves de Semana Santa y faltaban unos metros para llegar al arco de ingreso de la iglesia Espíritu Santo, en el barrio Ventilador. <<Si aguantará Firulais dos horas de aburridos sermones y desafinados cánticos? Si lo hace mis respetos>>, pensé. <<En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén>>, me persigné para entrar.

Una banca.  Mamá, papá y yo sentados; Firulais en el suelo. La inglesia comenzaba a llenarse de feligreses y una música de cuchicheos y vocecitas indefinibles permeaba el lugar. <<Ahhh, dos horas de aburridos sermones y desafinados cánticos...Si hasta el Papa se duerme en las misas que preside en el Vaticano...Ahhh, por qué no hice la siesta>>, pensaba de nuevo. ¡Stop lectores! Imaginen por un momento a un muchacho sentado en una banca, sudando copiosamente y con sueño acumulado. Imaginen su infantil desespero al tratar de acomodar su culo en la banca de madera que le tocó por azar. Imaginen su culo aquí y allá, izquierda y derecha, adelante y atrás, que le pica el pantalón entre sus posaderas y siente que, después de un tiempo, su cuerpo se  desliza como si estuviera en un tobogán hecho de ladrillos.  Sí, ese era yo, un muchacho aburrido y en un tobogán de picazón y calor.

<<Jumm, sólo van diez minutos de misa y ya Firulais se durmió. Cuánto daría por ser un Firulais. Cuánto...>>, volvía en mis pensamientos. Para evitar el tedio de soportar los cánticos desafinados de un cantante de música popular con problemas de riñitis, que cantaba como si estuviera en el baño de su casa tomando media botella de Rom, comencé a contar camándulas. <<Una, dos, tres, cuatro, ciento, diez, veinte>>, en fin. Para evitar el tedio de soportar lo anterior más mis ganas desesperadas de dormir, comencé a buscar las bagres mejor vestidas. <<Una, dos, tres, cincuenta, setenta>>.  Y para evitar el tedio de lo anterior más el desespero por aburrimiento, comencé a fijarme en las mujeres con rostro hermoso. <<Uno...uno, uno, uno, uno, uno. ¿Cómo así, no hay más?>> Y sí, sólo conté un rostro hermoso, el más hermoso que haya visto alguna vez. ¡Stop lectores! Imaginen un rostro delicado, piel de bebé y labios carnosos. Imaginen un rostro de película, con expresión seductora, con hoyuelos marcados y cejas perfectas. Imaginen un rostro equilibrado, geométricamente estructurado y sin reparos de ningún tipo. Era una obra de arte, un Miguel Ángel en vivo. Y sí, no era un rostro chimbo ni freaky de internet, embadurnado en cremas, perfumes y cosméticos. No era un rostro de esos que aparecen en perfiles de Facebook y confunden el intelecto de pobres bípedos masculinos en busca de amor verdadero. ¡No! ¿Y el cuerpo? Porque un rostro bonito en una jarra de limonada no aguanta. El cuerpo lectores, era también hermoso. Pero no era un hermoso de vamos a darle como a cajón que no cierra, no. Era hermoso de vamos a abrazarlo para sentir su calidez y contorno. Y lo podía ver todo: una cadera delineada, sin fajas y otros utensilios engañosos y fraudulentos. Un culo sin relleno, lindo en su simplicidad y efectividad. Piernas largas sin Pie de Elefante. Brazos sin músculos colgando y pechos acordes con las medidas fisioartísticas de una obra de arte. Era alta y no usaba plataformas o zancos para caminar. En fin, era hermosa, en su simplicidad y complejidad. Era un poema, un velero bien construido. Era un instrumento Yamaha. Era una obra de Bach.  Y ahí estaba, de pie, sentada, con las manos pidiendo a Dios, cantando, aplaudiendo, riéndose de los errores del cantante, sacudiendo su camisa para sentir menos calor. Ahí estaba, delicada y firme, inteligente, bañada en hermosura, en amor. <<Dios mio, que mujer>>, pensaba, y mis manos se alzaban a Dios.

No dejaba de verla. Casi me da torticulis amorositis, una extraña enfermedad que se adquiere por el chismoseo constante y la curiosidad. <<¿Cómo se llamará, tiene novio? Claro que tiene novio, o muchos pretendientes. Es hermosa, su vida ya está arreglada. Lo tiene todo. Mírate, mujer, eres cuerpo y alma. ¿Vino sola? Es de mi edad estoy seguro. ¿Le gusta el Jazz, el perreo intenso de Handel y Shostakóvich? ¿Bailará como baila un girasol cuando encuentra el sol? Dios, tiene celular y no está como zombie tecleando. Dios, gracias por este día. Mi mejor jueves de Semana Santa>>, pensé, mientras la torticulis amorositis me punzaba el cuello y el alma.

Cuando se está enamorado el tiempo es un cohete que viaja a la velocidad de la luz. La iglesia era mi cohete y ella era mi luz. Firulais seguía durmiendo y mis papás seguían una rutina mecanizada: arriba, abajo, sentarse, cantar, aplaudir, rezar, dejarse llevar por el sermoneo de un sacerdote que no distingue entre filosofía y teología. Pero Dios me había tocado, y así lo sentía. <<Hijos míos, el amor es el mayor triunfo de la humanidad>>, y el mío padre. <<Lavar los pies es sinónimo de humildad y lealtad al prójimo>>, <<y yo, padre, le quisiera lavar los pies a ella >>. <<Comed el cuerpo de cristo>>, <<si, padre y yo me como su (CENSURA). <<Inviten a Dios a pasar a sus corazones>>, <<Padre, ella ya pasó a mi casa corazón; entró, abrió la nevera y sacó un helado y se lo comió>>. <<Hijos, y no olviden que para hablar con Dios sólo se necesita hablar desde el corazón>>, <<Padre, imposible, si le hablo desde mi corazón seguramente estallará sobre ella una lluvia de sangre, venas y tejidos>>.

Les digo algo, estaba a punto de levantarme e ir corriendo hacia ella. Pero no pude. Me entró un miedo de esos rompe huesos. Estaba pegado a la banca y la misa agonizaba, por fin. <<¿Y ahora qué? Ya que la misa por fin terminará qué haré. ¿Me iré como si nada, como si una estrella fugaz pasara sobre el cielo de una noche idílica y mi único pensamiento fuera que bonita cola de polvo, que bonita cola iónica tiene ese cuerpo errante?>>, me pregunté.

<<Pueden irse en paz>>. <<No padre, no me iré en paz>>, pensé, mientras mi cuerpo semidormido abonaba pasos hacia la salida. <<¿Dónde está Firulais?>>, me preguntó mi mamá a la distancia. En respuesta giré mi cabeza en ademán de búsqueda y no vi nada. <<Se perdió madre>>respondí. <<Jorge, está con esa muchacha>>. Y giré mi cabeza. Era ella: acariciaba suavemente a Firulais mientras me sonreía. <<Es ella, mierda, me voy>>, pensé sin más. <<Oye, ¿es tu perro?>>, me preguntó.  Y no sé cómo mi cuerpo giró de nuevo y le hice señas que NO, como se para un taxi cuando se tiene ganas de orinar. <<Oye, ven>>, me dijo moviendo sus manos. Y no fui, o no sé, no recuerdo bien. Lo cierto es que ella, tan ella, estaba face to face conmigo y me sonreía, hermosa ella, tan ella:<<Oye, te he visto, te conozco, qué tal si un día de estos nos tomamos un café y hablamos, ¿te parece? >>.<<Si, me parece...>>, respondí, con más calma, enamorado, embobado, tan yo.

5 p.m. Salida de la iglesia Espíritu Santo.<<Ven Firulais>> y no me quiso seguir. <<Ven Firulais, ven>> y se fue. <<Qué raro>>, pensé. Y continúe mi camino, con una sonrisa en mi cara, tan mía, y un perro que se alejaba, tan él.





Comentarios

  1. Cesar me gusta el ritmo con el que escribe, cada vez veo mas matices introduciendo elementos interesantes. por otro lado bacano que se atreva a tocar la moral de los lectores.

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