Por: César Augusto García Arias.
Era el primer bus con ventanilla reforzada contra robo que había visto en mi vida. (GATO). Y era también el primer bus que se varaba como se vara un anciano que se pierde en la soledad de su Alzheimer, camina sin encontrarse entre cementerios de calles, rompe en llanto, y aterriza rendido en una banca-féretro del parque más triste de la ciudad. (CRUCETA). Era un buseto bipuerta, maduro porque con sorpresa tenía sillas acolchonadas, y viejo porque tocía catarros de aguardiente y partículas de sudor sureño. Era un sunshine de Monet a lo colombiano, impreso en papel nostalgia, mohoso y vestido con oxidolatas de historia. Era la ruta 4/7, mi ruta, y se varó alegando atención. Lo consiguió. (LLANTA).
Cuajó la incertidumbre, la mía. Busqué en otros los rostros de bocas abiertas y gritos tendidos que maduran en estos casos, pero perdí el tiempo. (LLAVE). Pasó que la muchedumbre viajera aflojó nalga y brillos de las lontananzas cercanas se posaron en iris adormilados y cansados. Entonces pensé que la calma de otros se llamaba resignación, y así lo entendí. (GOLPE).
Abrí la ventana y conseguí que mi lontananza, una hembra de curvas domésticas, me golpeara, con tan mala suerte que el golpe duró lo que duró ese paquete de papas Margarita que abrí en clase el día que una broma dejó a mi curso sin recreo, es decir nada. (GOLPE). Entonces, y como respuesta a mi impulso descarado de imaginar la fealdad en otros, giré la cabeza hacia la profundidad del buseto y comencé a estudiar el arte de los cuerpos en reposo. Con esa información armé mi propia Ancheta-Cézanniana caqueteña, la Basket of Fruits, compuesta por dos uvas pasas con gafas de sol, una sandía con sombrero, dos fresas con uniforme de cole, un limón y su entetado limoncillo, una piña barrosa, un aguacate gruñón y tres mangos verde-lagarto. (GOLPE). Luego pasé página y mi atención cayó en una sonata de chismes y pornohistorias melodramática que salía, como lava caliente, de todos los rincones del buseto. Era la voz de los terroristas, pensé, que buscando atención, lanzaban bombas de oralidad finquera como: En Armenia casi me mato en un bus que se quedó sin frenos. (SUDOR). Una vez, subiendo la cuesta del Ventilador, el bus se cansó y echó para atrás, hasta dar contra un árbol. (SUDOR). Les cuento, el bus iba bien y sin más se quedó sin frenos y el conductor no tuvo otra que estrellarse de frente contra la iglesia del Redentor. (SUDOR). Y sí que funcionó dicho bombardeo, porque los ojos bailaban más inquietos, los cuerpos respiraban más tensos y las manos tocaban más las frentes. Si al inicio del varado-suceso se respiraba una tensa calma, que, como lo dije al empezar este relato, no entendía, con el verboterrorismo la calma incubó el cáncer de la pregunta, inundó la paciencia y agudizó el sentido de la desconfianza entre nosotros. (GOLPE). Así, vi por primera vez el Grito de Munch, con sus ecos escalofriantes, que se mezclaba con la nueva euforia latosa y oxidopenetrante de humanicos enbusetados y rabiosos, que poco a poco se fueron tomando mi puente de Munch, en tropel, en turba, pero sólo para pinta-rayar mi imaginación, la cual tomaba forma en el desasosiego de esa ambigua calma busetera, que acogí porque no tenía otra opción. (SUDOR).
Pasaron los minutos y la indiferencia me pasó factura. (GOLPE). No resultó positivo buscar la dicha en la cueva de los pensamientos aislacionistas y abandoné la idea de caer, respirando soledad, en un motoso busetero. Y no resultó porque no viajaba solo. Pensé que un autoexilio morfeorínico era suficiente para abandonar las atenciones y los deberes de todo buen espectador, pero pronto los roces y los microsombrerazos de mi vecino, la sandía con sombrero, me mostraron que era pírrica tal estrategia. (GATO). Entonces me monté en el caballo de la diplomacia y con mi cabeza maduré acciones de antena receptora. Sin hablar, escuché la obertura de ayayayays, y la intención era descubrir una sinfonía inconclusa. Pero pasó algo mejor. A dos condones de distancia, un Sócrates amazónico rompió fuentes de sabiduría y conquistó las atenciones ajenas, entre ellas la mía; a ritmo de frases bambuqueras y piropos axiomáticos, recuerdo. Recordemos que era la sandía con sombrero, ahora hijo del Olimpo y del descamisado colombiano, que bajo los efectos de los oxidovapores, atinó en aniquilar mil años de pretenciosos cuentos y falsas tonterías. Aquí lo que él dijo:
Luego me enteré que ese Sócrates aguapanelozo y hocicudo se llamaba Eustaquio, y era un demonio. Y lo era porque a cada palabra le seguía un infierno de aclamaciones, y a cada mirada, la hipnosis vendía. (CRUCETA). No exagero. En minutos aquella voz parroquial rompió mi título universitario y violó los candados de mis días y mis noches de aprendiz. (PUERTA). Y pasó como un trance libresco, que finalizó con la entrega-rendición de mi mano en forma de saludo; que él respondió naturalmente. (MOTOR).
Era el primer bus con ventanilla reforzada contra robo que había visto en mi vida. Y era el primer bus que se desvaraba conmigo adentro. (ACELERADOR).
Cuajó la incertidumbre, la mía. Busqué en otros los rostros de bocas abiertas y gritos tendidos que maduran en estos casos, pero perdí el tiempo. (LLAVE). Pasó que la muchedumbre viajera aflojó nalga y brillos de las lontananzas cercanas se posaron en iris adormilados y cansados. Entonces pensé que la calma de otros se llamaba resignación, y así lo entendí. (GOLPE).
Abrí la ventana y conseguí que mi lontananza, una hembra de curvas domésticas, me golpeara, con tan mala suerte que el golpe duró lo que duró ese paquete de papas Margarita que abrí en clase el día que una broma dejó a mi curso sin recreo, es decir nada. (GOLPE). Entonces, y como respuesta a mi impulso descarado de imaginar la fealdad en otros, giré la cabeza hacia la profundidad del buseto y comencé a estudiar el arte de los cuerpos en reposo. Con esa información armé mi propia Ancheta-Cézanniana caqueteña, la Basket of Fruits, compuesta por dos uvas pasas con gafas de sol, una sandía con sombrero, dos fresas con uniforme de cole, un limón y su entetado limoncillo, una piña barrosa, un aguacate gruñón y tres mangos verde-lagarto. (GOLPE). Luego pasé página y mi atención cayó en una sonata de chismes y pornohistorias melodramática que salía, como lava caliente, de todos los rincones del buseto. Era la voz de los terroristas, pensé, que buscando atención, lanzaban bombas de oralidad finquera como: En Armenia casi me mato en un bus que se quedó sin frenos. (SUDOR). Una vez, subiendo la cuesta del Ventilador, el bus se cansó y echó para atrás, hasta dar contra un árbol. (SUDOR). Les cuento, el bus iba bien y sin más se quedó sin frenos y el conductor no tuvo otra que estrellarse de frente contra la iglesia del Redentor. (SUDOR). Y sí que funcionó dicho bombardeo, porque los ojos bailaban más inquietos, los cuerpos respiraban más tensos y las manos tocaban más las frentes. Si al inicio del varado-suceso se respiraba una tensa calma, que, como lo dije al empezar este relato, no entendía, con el verboterrorismo la calma incubó el cáncer de la pregunta, inundó la paciencia y agudizó el sentido de la desconfianza entre nosotros. (GOLPE). Así, vi por primera vez el Grito de Munch, con sus ecos escalofriantes, que se mezclaba con la nueva euforia latosa y oxidopenetrante de humanicos enbusetados y rabiosos, que poco a poco se fueron tomando mi puente de Munch, en tropel, en turba, pero sólo para pinta-rayar mi imaginación, la cual tomaba forma en el desasosiego de esa ambigua calma busetera, que acogí porque no tenía otra opción. (SUDOR).
Pasaron los minutos y la indiferencia me pasó factura. (GOLPE). No resultó positivo buscar la dicha en la cueva de los pensamientos aislacionistas y abandoné la idea de caer, respirando soledad, en un motoso busetero. Y no resultó porque no viajaba solo. Pensé que un autoexilio morfeorínico era suficiente para abandonar las atenciones y los deberes de todo buen espectador, pero pronto los roces y los microsombrerazos de mi vecino, la sandía con sombrero, me mostraron que era pírrica tal estrategia. (GATO). Entonces me monté en el caballo de la diplomacia y con mi cabeza maduré acciones de antena receptora. Sin hablar, escuché la obertura de ayayayays, y la intención era descubrir una sinfonía inconclusa. Pero pasó algo mejor. A dos condones de distancia, un Sócrates amazónico rompió fuentes de sabiduría y conquistó las atenciones ajenas, entre ellas la mía; a ritmo de frases bambuqueras y piropos axiomáticos, recuerdo. Recordemos que era la sandía con sombrero, ahora hijo del Olimpo y del descamisado colombiano, que bajo los efectos de los oxidovapores, atinó en aniquilar mil años de pretenciosos cuentos y falsas tonterías. Aquí lo que él dijo:
La vida es una varada, y el único requisito para enfermar o morir, es estar sano. Entonces, vivamos en calma, porque lo que hoy ocurrió, de raro no tiene nada.
Luego me enteré que ese Sócrates aguapanelozo y hocicudo se llamaba Eustaquio, y era un demonio. Y lo era porque a cada palabra le seguía un infierno de aclamaciones, y a cada mirada, la hipnosis vendía. (CRUCETA). No exagero. En minutos aquella voz parroquial rompió mi título universitario y violó los candados de mis días y mis noches de aprendiz. (PUERTA). Y pasó como un trance libresco, que finalizó con la entrega-rendición de mi mano en forma de saludo; que él respondió naturalmente. (MOTOR).
Era el primer bus con ventanilla reforzada contra robo que había visto en mi vida. Y era el primer bus que se desvaraba conmigo adentro. (ACELERADOR).
Comentarios
Publicar un comentario