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CUENTO: AGUACATE CON AMOR








AGUACATE CON AMOR






Hay 10 mil millones de aguacates en el mundo. En Colombia, la cifra ronda los 800 millones de aguacates, según datos actuales del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas de Aguacates (DANEA). Lo anterior significa que cada tienda o supermercado de Colombia dispone de un lugar asignado exclusivamente a la venta de aguacate.


Mencionar los tipos de aguacates existentes en el espectro de frutas tropicales no es una tarea fácil. Llevaría años culminar una expedición por el aguacate, de la cual se desprendiese una extensa y eficaz clasificación natural del susodicho fruto. Por lo pronto, me limitaré a decir que la clase de aguacate más consumida en Colombia es el aguacate verde con una pepa café en su interior.


De pequeño escuchaba muchos chistes de aguacates. También escuchaba a matronas, abuelas, mamás –la mía también— vecinas y tenderos hablar del aguacate. <<Que el aguacate esto, aquello. Que coma aguacate para los granos de la piel. Que el aguacate limpia las arterias. Que la pepa del aguacate cura esto, aquello>>. En fin, una verraquera de fruta. Yo igual no lo creía mucho. Desde muy pequeño rechazaba el aguacate por su forma y sabor. << ¿Otra vez aguacate madre? ¡Sin aguacate por favor! ¿Jugo de aguacate?, guácala…>> Y es que su sabor me parecía insípido, neutro, aburrido. Si por obligación comía aguacate luego no sabía qué hacer con esa pepa café que trae la fruta:  << ¿Juego con ella? ¿La pongo en agua? ¿Se la tiro al perro?>> En resumen, era ajeno al universo del aguacate y su mundo.


Pero todo cambió cuando conocí a Ele.

Un día de marzo –lo recuerdo como si fuese ayer—fui a comprar la remesita de la semana a la tienda de Doña Eulalia. Entré, saludé y me percaté de una mujer desconocida en el barrio. Como no tenía casco, ni llevaba llaves de carro, deduje que había caminado y que no debía vivir muy lejos de la tienda. Entonces me acerqué a Eulalia y le pedí me dejara sacar una cerveza del refrigerador. Mientras la veci cambiaba el billete de veinte que le había dado, pude detallar que la nueva mujer le colgaba una bolsita de mercado con varias cosas en su interior: cebolla larga, dos tomates, una zanahoria y un verde aguacate.


No sólo repasé su bolsita, también sus nalgas, sus senos y me detuve por un breve momento en sus labios. A simple vista parecía extranjera, y aunque estuve tentado a preguntarle de dónde era, no me atreví más que auscultarla en silencio. Pero la historia no terminó allí ese día.

Cuando la veci me pasó la menuda, y mientras mi mano hacía coquita para traer el vuelto a mi bolsillo, la mujer soltó sus primeras palabras para mí: << ¡Marica, el aguacate!>>. No sabía qué hacer con esas palabras. De repente me comenzaron a sudar las manos porque sentía que con sus palabras ella me tocaba las mías. En respuesta a la oxitocina que me invadía giré la cabeza resistiéndome al deseo de mirarla como idiota, lo cual fue inútil porque ella, de improviso, avanzó hacia mí y se me quedó viendo por contados segundos. No sé lo que vio. 

Como dije, ella avanzó y yo no sabía qué hacer. Sin embargo, fue cuestión de segundos para comprender la razón de su avanzada. << ¿Oye, me pasas el aguacate?, gracias. >> << ¿Qué; aguacate, dónde?>>, me interrogué, mientras me buscaba a mí mismo y también el aguacate. Tampoco le he preguntado cómo reaccioné ese día a la pregunta sobre el aguacate, pero creo que debí parecer un zombie, que atolondrado, buscaba un aguacate en la penosa geografía de mi ser.


Y ahora que hago memoria, tampoco sé cómo conseguí hacerle entrega del fruto. Seguramente dejé la cerveza a un lado, me acurruqué con los bolsillos llenos de la menuda de la veci, y luego procedí a hacer coquita para pasar de mi mano a la de ella el aguacate. Puede ser que—y no es extraño pensarlo—mientras hiciera las veces de transportador de aguacates fuera memorizando contornos y pliegues de su piel. Por algo será que hoy en día recuerdo morados en sus pies, cortadas en sus rodillas, sutiles estrías en el contorno de su ombligo y hasta quemazones tropicales en brazos.


Elle nunca supo. Pero desde ese día la amé. No tanto por ella misma, sino por ese aguacate.


--- ¡Con Aguacate por favor!

---Enseguida señor.



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