Por: César Augusto García Arias
BANCA NÚMERO 13
Dos hombres. Dos historias similares en tiempos y espacios diferentes. Una cosa en común: sincronía.
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4 de febrero de 1944. Estación de tren de Clitheroe, Inglaterra. Banca número 13. Al hombre del traje no le gustaba esperar. Para disimular un poco su falta de paciencia pensó en leer. Tomó su maleta y sacó el periódico
Financial Times. En su portada se leía: <<
Inglaterra resiste. Nuevas unidades antiaéreas fueron instaladas en las inmediaciones de Londres>>. El hombre del traje cambió la página: <<
Churchil pide a Estados Unidos más recursos para combatir en el Frente Oriental>>. Y finalmente: <<
El número de bajas inglesas aumenta en la Francia ocupada>>. El hombre del traje paró de leer. <<¡Dónde estás Ismelda!, ¿Por qué se retrasa el
Thompson?, se preguntó. La tarde caía sobre Clitheroe y con ella un frío rompe huesos. El hombre del traje se frotó sus manos, se frotó su regazo; tal vez para hacer tiempo, o tal vez para entretenerse. Y por fin la locomotora
Thompson apareció: imponente, ruidosa, atractiva. Con un estrepitoso pero amable repicar de campanillas la
Thompson hizo su entrada triunfal a la estación. Se detuvo. El hombre del traje decidió ponerse de pie, recto, y avanzó marchando holgadamente hacia los graznidos del tren. Pero no encontró a Ismelda. Más confundido que enojado, el hombre del traje cayó cansado en otra banca. Decidió prologar la espera. La guerra le enseñó que esperar es el aburrido arte de enfrentarse al desespero de las circunstancias. <<Ya aparecerá Ismelda>>, se dijo. Alrededor suyo la estación vomitaba vapor. Y ahora sólo, en una estación fantasma, pensó cosas terribles, aunque no era tiempo de asaltos nostálgicos y juveniles; y decidió no pensar. Pero se vio estúpido y sin esperanza; y entendió la guerra: es un juego donde todos perdemos algo: la vida, la paz, el amor, o la esperanza. Sin otra alternativa, el hombre del traje encendió un cigarrillo y agarró su maleta. Caminó con dirección a
Street Pannten. <<Retirada>>, pensó. Y se alejó con la firmeza que caracteriza a los hombres que van a la guerra; no porque la entendiera completamente, sino porque su cuerpo respondía al honor de una partida sin misterio, donde la consigna era vivir o morir, y por tal motivo no había marcha atrás; sin cobardía en el ademán, como sus camaradas en Francia; siempre con la frente en alto, aunque dejar su trinchera significase sudor en su cuerpo y sangre en sus pies.
4 de febrero de 2017. Estación de tren Bubble gummers, centro comercial Gran Plaza, Florencia. Banca número 13. Al hombre de gafas de sol Ray Ban no le gustaba esperar. Pasa disimular un poco su falta de paciencia pensó en Facebookear. Metió su mano en el bolsillo de su jeans y sacó su celular Samsung-galaxy. Entró a Facebook. Deslizó su pulgar sobre la pantalla para encontrar nuevas publicaciones: (Meme: Emmett Brown habla con Marty McFly) <<Yov.ve gotta go back to 1945, find Donald Trump´s father and give him a condom!>>. Like!. El hombre de gafas de sol Ray Ban pasó a la siguiente publicación: (Meme: El presidente Santos se dirige al país luego de la reforma tributaria de 2017) <<Que comiencen los juegos del hambre>>. Like! y Compartir. Y finalmente: (Anuncio) <<Visita www.bitacoraprofesorjoven.blogspot.com. Un blog literario del Caquetá para el mundo>>. Like! y Compartir. El hombre de las gafas de sol Ray Ban paró de Facebookear. <<¡Dónde estás Gloria!. ¿Por qué se retrasa el Thompson? ¿Por qué dejé montar a mi hija en ese aparato? ¿Alcanzaré a ver el partido?>>, se preguntó. La tarde caía sobre el centro comercial y con ella un típico bochorno de febrero. El hombre de las gafas de sol Ray Ban sacó un pañuelo. Con él limpió su frente, limpió su cuello; tal vez para pasar tiempo, o para entretenerse. Y por fin la locomotora Thompson apareció: pequeña, infantil, juguetona. Con la estrepitosa canción de la <<Vaca Lechera>> y el repicar de una campanilla la Thompson hizo su entrada triunfal a la estación. Se detuvo. El hombre de las gafas de sol Ray Ban decidió ponerse de pie; lucía encorvado, y avanzó marchando perezosamente hacia los graznidos del trenecito. Pero no encontró a Gloria, tampoco a Laura, su hija. Más confundido que enojado, el hombre de las gafas de sol Ray Ban cayó cansado en otra banca. Decidió prologar la espera. Once minutos, de Paulo Coelho, le enseñó que esperar es el aburrido... <<Ya aparecerá Gloria>>, se dijo. Alrededor suyo la estación vomitaba nuevos clientes que aparcaban bolsas de compras por todos lados. Y ahora en compañía de desconocidos; niños jugando aquí y allá, en una estación atiborrada de gente, pensó cosas terribles, aunque no era tiempo de asaltos nostálgicos y juveniles; y decidió no pensar. Pero se vio estúpido y sin esperanza; y entendió algunos memes: esperar es un juego humillante. El mundo no debe esperar las travesuras de un estúpido gringo. Los Colombianos no debemos esperar a combatir las malas políticas de Santos. Así, el hombre de las gafas de sol Ray Ban abrió una Colombina y se la llevó a la boca. Luego se levantó y visualizó el desconocido reino de las tiendas de ropa. <<¡Chanfle!>>, pensó en voz alta. De pronto se vio así mismo viendo el partido, en compañía de cervezas y amigos. Se llenó de energía, y con la firmeza que caracteriza a los hombres de guerra, pensó en una estrategia eficaz para combatir el tedio que le embargaba. Y llegó el momento. Comprendió que la consigna era buscar o morir. <<Tengo que encontrar a Gloria. No me perderé el partido>>, se dijo. No había marcha atrás, y sin cobardía en el ademán; con la frente en alto, como los camaradas que salían victoriosos del Frente Falabella o el Frente San Andresito, decidió dejar su trinchera y recorrer un campo minado lleno de tiendas para damas, aunque esto último le significase sudor en su cuerpo y sangre en sus pies.
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