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CRÓNICA: EXPEDICIONES POR EL AGUA





Expediciones por el Agua




PRIMERA PARTE
POWER RANYER SE ESCRIBE CON G

<<Ven hijo, ven, que la selva nos llama>>, decía mi papá, cuando juntos, él como caballero y yo como su escudero, nos lanzábamos a las heroicas expediciones por el agua.

Tenía más o menos 10 años cuando mi papá, fontanero de la Junta de Acción Comunal del recién creado barrio Vista Hermosa, me llevó por primera vez a una expedición por el agua. <<Botas, almuerzo, machete, sombrero, herramienta; ¿todo listo?>>, me preguntaba mi papá antes de salir. <<Sí señor, todo listo>>, respondía, y ese era el go de la partida. Pero la primera vez que mi papá me confirió el poder de ser su escudero en expediciones por el agua sentía no estar a la altura de las circunstancias, lo cual, en un principio, era motivado por mi falta de tacto y experiencia frente a los eventos por venir. Sin embargo, y tal vez producto de la sombra de mi imaginación, era consciente de algo importante: el miedo a una aventura desconocida. Naturalmente, este miedo era creado y recreado por la televisión y los mitos, que, para ser objetivos, me precipitaban al abismo de mi mayor temor escondido: fracasar como escudero aprendiz. <<Papi, tengo miedo que tropecemos con salvajes indios que suelen lanzar flechas envenenadas contra sus enemigos, o toparnos con terribles insectos de tres metros que no dudarían en comernos de un solo bocado, o también ser raptados por asquerosas brujas que nos embrujen y nos coman, o peor, podemos perdernos, o yo me puedo perder, para siempre, en medio de la selva, hasta morir de hambre y sed>>, le decía a mi papá, ese primer día de expedición, a lo que mi papá añadía, con esa lógica intuitiva y utilitarista: <<Pero hijo, en la selva hay mucha agua, usted no se puede morir de sed>>.

Pero fracasar como escudero aprendiz no era una opción. Decidí, con cautela, que el miedo tenía que favorecer la imaginación, y con ella, la creatividad, que, a su vez, me impulsaría a buscar y poner en práctica nuevos métodos infantiles contra el temor a "ser tragado por la selva". Y así lo hice:  <<Voy a ser un buen escudero y no dejaré que mi papá vaya solo a la expedición por el agua>>, me dije, y a continuación tomé camino con mi papá hacia la tupida selva.

Pues la tupida selva no era tan tupida como pensaba: para llegar a puerto, o mejor, a la meta (una pequeña represa natural destinada a abastecer de agua al barrio), teníamos que pasar por infinidad de cruces, casas y caminos veredales, hasta por fin llegar a la "selva, selva", lugar donde el sol es tímido y el ruido del pueblo huye frente a la calma de la abundancia y las soledades. Entonces, llegamos muy lejos sin llegar al lugar propiamente dicho, que quedaba aun más lejos, digamos a un millón de Power Ranyers de distancia.  

<<Ven hijo, ven, que la selva nos llama>>, y mi papá nuevamente pronunciaba aquellas palabras llenas de una sabiduría chamánica, listas para entrar en mi tímida alma de niño, para despertar la sangre de manigua que llevaba dentro. Y así fue. A mi alrededor vi la selva, ese muro verde de quietud y misterio que derrota la amargura de citadinos gomelos y cansa almas de industriales tecnócratas, la cual no hacía más que abrazarme con el arte del laberinto vorágino y pintarme los caminos de mi primera expedición por el agua. Entonces, tomé aire y entré, o salí, porque entrar a la selva es salir de un patrón modernista de anacronismos mecánicos, donde prima el vértice y la línea, y la geometría del ladrillo socava la geometría de la subjetividad.

Una vez adentro no había marcha atrás. La selva me había tragado como un mar tormentoso traga los barcos que se atreven a irrespetar las ordenes de Poseidón. <<¿Y ahora quién podrá defendernos?, Yo, el...>>, pensaba, en sintonia con el efecto mosquitoide de la selva: efecto de picadura de mosquitos sobre tiernas pieles blancas, que gusta de  acumular puntos (no bancarios, claro) sobre la piel de viajeros maniqueos y porcelanatos. <<Papi, dónde vamos>>, <<Ni en la mitad mi valiente escudero, pero pronto llegaremos al reino de las Aguas Cristalinas>>. <<Wow, y ¿vamos por el agua?<<No, o bueno sí, lo que quiero decir es que no hay necesidad de ir hasta allá, ella viene por nosotros, o mejor, ella, que es mujer, porque las mujeres están en todas partes, ya está aquí; vea que estos chorritos de agua nos señalan el camino>> Y sí, ella (el agua) estaba en todos lados, como las viejas chismosas de mi barrio (que eran muchas), que estaban aquí y allá, cuente que cuente, al ritmo de guabinas y joropos. <<Eh, que viejas tan chismosas>>, le escuchaba decir a mi papá, cuando volvía el rumor de un viejo <<cachondo>> que vivía en el barrio y se metía con cuanto bagre pasaba por allí. Y sí, ella, ya nos traía su reino de ensueño: arriba, abajo, derecha, izquierda, por donde miraba había agua; dulce agua que se posaba en las hojas, en los tallos, en las piedras, en las frentes de niños agotados ( escuderos asolapados) y en toda la selva, como se esparce la gripe, como se riega el chisme en un barrio latino.

Tierra húmeda, silencio. Aire húmedo, silencio. Aves y cánticos, silencio. La sinfonía del machete, silencio. El pisar de las botas plásticas, silencio. El olor a fruta y hongos tropicales, silencio aromático. Mi pensamiento, ruido, sí, mucho ruido, como el ruido que hace un avión cuando vuela bajo, que pasa ligero y estremece la tierra, para luego alejarse raudo, dejando un silencio cardíaco, de corazones acelerados, que se van calmando con el placer de las ausencias. Ese era yo en la profundidad de la selva, un niño con muchas preguntas y temores, un escudero asolapado con mucho ruido que detonar. Pero afortunadamente el caballero del machete-fiambre me hacía compañía, o mejor; yo le hacía compañía, porque le buscaba, lo seguía con la mirada de voluntad extraviada. Pero la sensación de estar cerca a destino me alivió un alma ya cansada. <<Hijo, ya casi, ¿si escucha las olas de un mar en la selva?; nos llama, nos llama.>>. Y le gustaba llamarnos, porque el ruido del agua era similar al hecho por caravanas de Pokemones bailarines, que salían a encuentros de turistas milenarios, para pokemaravillarnos. <<Si, la escucho (porque es mujer) y está cerca; papi, tengo miedo, ¿nos comerá, nos tragará como mi mamá se traga tu monedero, como tío Wilmer se traga la sopa después de sus borracheras?>>. <<No hijo, no. La selva ya nos tragó, pero para bien, porque ya estamos aquí, frente al manantial, y él está contengo de nuestra llegada>>.

Segunda Parte, próxima semana. 



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