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MANUEL ALIAS RUTA 4/7 




I


Manuel se echa la bendición y enciende el motor. En medio de un ruido latoso se le viene la imagen de su esposa Gladys y su hijo Camilo. Los quiere. Luego enciende la radio y con vallenatos y salsas de fondo empieza un rápido calculo de la plata que se ubica en una esponja con hendiduras, la cual descansa en un valle entre el asiento del conductor y el copiloto, y tiene como fin práctico el organizar el flujo monetario, para lo cual curiosamente se acostumbra a envolver las monedas en cintas según la cantidad de cambio a entregar. Finalmente repasa el volante con un retazo desgastado de camisa que su esposa previamente ha dispuesto y presiona el acelerador. Son las 5 a.m. y la ruta 4/7 avanza destartalada y sin prisa. Ahora su oficina marcha sobre ruedas y la vibración de la carrocería se cuela en su entrepierna, sintiendo cómo la ergonomía de su asiento masajea sus nalgas y sube una pizca de ese placer a su boca. Se piensa así mismo como un afortunado y sonríe en complicidad con el movimiento de cabeza de su muñeco loco. Es feliz.

Manuel gana ochocientos mil pesos al mes. Si quisiera comprar algo no convencional, ejemplo, un computador, una moto, un televisor pantalla plana, un boleto de avión al Caribe, entradas para un partido de la selección Colombia, una operación estética, un celular de alta gama, una cámara fotográfica Cannon o pagar una cena en el mejor hotel de Cartagena, quedaría limpio, tal como quedó el día que dos ladrones le robaron el producido de todo un día de trabajo, o peor, endeudado, para lo cual, con el riesgo de pagar con su vida si no cumple, tendría que recurrir al gota gota más cercano. En fin, Manuel gana un sueldo ajustado y deprimente y no entiendo por qué un hombre destinado al soñar y no tener puede ser feliz.

La ruta 4/7 es La Ruta 4/7 y es tan importante que sin ella la Florencia del transporte público quedaría herida de muerte para siempre. Doña Ismelda la llama la ruta de la montaña porque su recorrido termina en barrios altos como El Ventilador y Chapinero. Don Victor, el abuelo de la Comarca, ---nombre que él mismo se puso porque cree que ha vivido todos los años del universo en mi barrio--- dice que La Ruta en cuestión es el Yeep de los pobres. Y yo siempre he dicho que La Ruta 4/7 es la ruta Magdalena, porque recorre medio mundo, o medio Florencia, para ser más específico, como lo hace el Río Magdalena que atraviesa media Colombia. Pero más allá de la fenomenología del signo y de la imagen, una curiosidad morbosa e impertinente me impulsa a estudiar la estructura que soporta este andamiaje mecánico y público: el conductor. Para mi todos los conductores son como Manuel: grasiento gordito buche de palomo, bucles de pelos en pecho, cara aguapaneloza y brazos color trigo chamuscado. Para mí Manuel representa la raza Aria de la conducción, no sólo porque conduce bien ---que es un mérito casi Olímpico en esta ciudad de huecos y escombros---sino también por heredar la genética de la sabia fuerza de voluntad mestiza, que ha logrado soportar lo insoportable: trabajar mucho y ganar poco. Manuel, en palabras rimbombantes, es un Berraco.

El Berraquismo o sistema de pensamiento que busca explicar cómo la fuerza de voluntad logra sobreponerse al fatalismo existencial de una vida miserable y destructiva, vive en Manuel, ya sea en forma de ideas o acciones. Pero Manuel es pragmático y nada le hace pensar más que la acción misma. Cuando joven vivía en la Montañita y mi papá era un hombre de finca. Muy temprano me levantaba y con un balde en la mano tensaba la ubre de la vaca y la ordeñaba. Después tenía que caminar los alrededores de la finca para recoger leña, que luego servía para encender los fogones de la cocina. Así era todos los días hasta que la guerrilla se asomó por la finca y nos informó que si no pagábamos las vacunas teníamos que salir. Y así lo hicimos; lo perdimos todo. Por eso no terminé la primaria. ¿Qué pasó con mi papá?, murió luego que una plancha le cayó encima; trabajaba en construcción aquí en Florencia. ¿Mi mamá?, bueno murió cuando yo tenía cuatro años; sólo recuerdo una imagen borrosa de ella, comenta Manuel, mientras instintivamente volea cabrilla y juega con la palanca, sin que sus ojos brillen de tristeza o un aliento de frustración acompañe su respirar. Eso sí es ser berraco en la vida, pienso y un aire de melancolía asoma en mi respirar.

Continuará...





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