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VITRIKIDS, LOS HIJOS POBRES DEL CENTRO COMERCIAL

Por: César Augusto García Arias
Crónica.

VITRIKIDS, LOS HIJOS POBRES DEL CENTRO COMERCIAL


A los indeseables, que somos todos.


Camino y camino, y si se presenta la oportunidad me lo guardo; lo meto debajo de mi camisa, camino y luego se lo  entrego al Fercho, él se encargará de sacarlo del centro comercial. Luego nos vemos afuera y cuadramos. Y listo, así se baila pelao, dice Marcos, dejando descansar su mirada cínica en la cárcel de su timidez. Guardo silencio.

Son las 4 p.m. y la acción empieza. Tres vitrineros entran al centro comercial y suben por la escalera eléctrica que lleva al segundo piso. Allí los vitrineros hacen fama de su nombre y modelan por corredores de tiendas con vitrinas que exhiben ropa cara y notoriamente diferente a la que los vitrineros suelen modelar. Caminan rápido y sin interés de comprar algo de las tiendas, lo que significa que más temprano que tarde la pasarela de los vitrineros acaba en una banca cerca a la escalera eléctrica. 

Un patrón casi matemático se logra crear de la frecuencia de las incursiones de los grupillos de vitrineros al centro comercial. En grupos de dos, tres, hasta cuatro, en intervalos de tres, cuatro o hasta cinco minutos, las zonas preferidas por los vitrineros se van llenando de jóvenes mal vestidos, que destilan pobreza, pero muy felices, que modelan interpretando una melodía festiva y barrial, digna de la felicidad de la inocencia y la sorpresa. Son los vitrineros, hijos de la pobreza, que conquistan el centro comercial, para robar, fingir, reír, parchar, hablar y ver. Y cada día son más, lo que para muchos dinersabios significa que las murallas del consumo están comenzando a ceder frente a la táctica y la estrategia de lo nuevos amos del desorden y la vergüenza. Ellos son los vitrikids, los hijos pobres del centro comercial.

Los vitrikids son jovenes de calle. La forma como extienden sus manos para tocarlo todo, el progreso de pasos acelerados que esconden seguridad, una confianza casi odiosa y una coqueta rigidez casi elitista, son  algunos de los rasgos que la calle ha tatuado en el cuerpo de estos incorregibles caminantes. Yo vivo por detrás del centro comercial, cerca al río; Fercho y Manolo también, somos parceros del barrio y ya sabe, nos reunimos los sábados para hablar aquí y ver que nos podemos llevar, dice Lelo, mientras repasa su cachucha con su mano derecha y toca su nariz con la izquierda. Yo vivo más abajo que Lelo y a veces vengo para quedar aquí en el centro comercial...me gusta, es bonito, todo huele bien y me gusta ver gente, eso hago, aunque a veces los wachis dañan la fiesta y toca salir, y como somos pobres nos ven feo, dice Yilda, mirando el suelo como buscando monedas en un cemento limpio y poroso.

El 90 por ciento de los vitrikids vive en barrios pobres arremolinados en forma de polígonos irregulares que ahoga, sirviéndose de una estética improvisada y grisácea, el gran Godshop de pisos esmaltados y baños cromados llamado Centro Comercial Gran Plaza Florencia (CCGP). Como es regla en latinoamericana, la geografía del consumo nace y se cría con las diferencias de un mundo donde la escasez es nuestro demonio y la abundancia nuestro ángel. Así pues, desde un balcón del CCGP, observo que abunda un hastío sofocante de fachadas de casas en obra gris y negra, que se expande de Norte a Sur y Este a Oeste. Esta sensación de empobrecimiento visual encaja perfectamente en un puzzle maltrecho e interminable, donde el material principal de sus fichas son las carnes y los huesos de individuos que aparecen y desaparecen en el CCGP tan rápido como su presencia se vuelve sospechosa. Esos fantasmas del consumismo y apropiadores de lo ajeno, también provienen de esas casas de los alrededores; son los padres y las madres, los familiares o los amigos, los vecinos o los nadie de los vitrikids, gente fantasma que en éxodo visitan esta iglesia del consumismo para robar o luego salir sin más---como bien saben hacer los vitrikids---, saliendo tan limpios como llegaron, solo con la consciencia de saber que la esperanza de comprar los empobrece más, lo cual no es cierto del todo si se observa que tal vez una cosa sí lograron robar, que se puede resumir en esto: el veneno de la ilusión; el resentimiento a toda una vida de sospechoso soñar. 

Ahora estoy tomándome un café y veo los vitrikids reagruparse. Una sensación de compasión abraza mi corazón y presiento que algo va a ocurrir. Cae la tarde en el CCGP y la gente comparte mi sensación de curiosidad frente al siguiente acto de los vitrikids. Se amontonan, se nos quedan mirando y juegan con la escalera eléctrica más cerca a ellos. De la nada un vigilante corre hacia ellos blandiendo su macana con la experiencia de un espadachin medieval. Los vitrikids no corren ni se asustan cuando la presencia de dicho vigilante se hace inminente entre ellos, solo un pequeño puñado de indecisos vitrikids corre a esconderse en los baños y otro puñado corre escalera eléctrica abajo. El grueso del grupo saca pecho en defensa de su derecho a permanecer en el CCGP pero es demasiado tarde, el vigilante toma de la mano al Fercho y habla por el intercomunicador, en segundos un puñado de vigilantes cerca al desdichado ladronzuelo, que no hace más hundir su mirada hasta lo más recóndito de su vergüenza, mientras una escuadra de vigilantes organiza un rápido pero eficaz contraataque de artillería verborráica y wachimanteca, que despierta una sensación de hostilidad en los vitrikids, los cuales no tienen otra opción que salir caminando a pasos agigantados del CCGP. Los reductos de vitrikids que se dispersan por el CCGP más tarde se rinden y se los ve caminar con la cabeza en alto hacia la puerta de salida. Allí los espera un grueso batallón de vencidos vitrikids, que con la humillación de un armisticio derrotista, esperan la muerte de la tarde y un perdón retroactivo del jefe de seguridad del CCGP que nunca llegará. Mientras los observo la piedad me habla y me pregunta qué sentirán los indeseables vitrikids, jóvenes que hablan con sus cuerpos entrenados para el dolor y la indiferencia, y que ahora disfrutan la cárcel de su pobreza, una cárcel incompatible con otra cárcel: la cárcel del consumismo, que se forja bajo estas pisos esmaltados y baños cromados. Y así la noche llega y con ella la armonía y el orden al CCGP. La noche ha borrado del panorama a los vitrikids y yo, aunque diga lo contrario por piedad a los vitrikids, me siento feliz ante la llegada de una legítima tranquilidad robada, que, gracias a la entrega cuatro mil cien pesos ---el valor de un café campesino en Juan Valdez--- , sentí perder durante la vitricongregación. 

El mototaxista me dice que es aquí, que cuatro cuadras más abajo está el río y que dios me bendiga. Pero yo dejé el miedo atrás y busco caminar bajo la sombra de pomarrosos y palmas rebeldes que huyen de los cercos maltrechos del vecindario. Me interno en lo profundo del barrio Atalaya y hago estación en la Tienda Dolores. Allí compro una bolsa de agua Chiflón y minuteo a El Mono. Hola pelao, estoy en la tienda, caiga ya para la entrevista, listo ya voy, espere me pongo las chanclas, listo lo espero, no tarde. Y tardó quince minutos poniéndose las chanclas pero al fin llegó, y llegó con su cuerpo amarilloso y húmedo. Le pregunté que si quería una cerveza y me dijo que bueno, que con este calor aguantaba una canasta.

---Mono, cómo es la cosa con los pelaos del CCGP, veo mucho corre y corre por ahí.
---Ja,ja, usted me conoce chinazo, voy con los parceros del barrio al CCGP a ver qué encuentro. A veces me compro un helado, pero no me alcanza pa`más. ¿Le contaron que El Fercho lo llevaron a la Estación?, el marica se dejó pillar, para eso hay que tener tacto, no ser huevón. Pero me guste o no me toca robar para darme mis gusticos.
---¿Y qué hace con lo robado?
---Parcero me lo quedo o lo vendo. Una vez dejaron pagando un celular fino y me lo chaqueteé. Luego lo vendí por cien mil pesos en el centro y con eso me compré unas zapatillas. Me gustan mis zapatillas.
---Veo, a ustedes les he llamado LOS VITRIKIDS, juego de palabras entre vitrina y niños, ¿le gusta?
---Ja,ja,ja, chimbita, me gusta, sí.
---¿Me puede contar cómo se organizan para parchar en el CCGP?
---Por face o hablado con los parceros nos ponemos una hora, digamos sábados a las cuatro, y listo, caemos todos en el CCGP, llevando nuestras mejores pintas, para no vernos muy pobres y allá cada uno tiene su tarea. Yo como ya soy algo grandecito me defiendo solo y salgo a robar cositas, usted me entiende. Voy acompañado para no sospechar y listo, ese es el baile.

Se terminó el Aguilón y automáticamente El Mono se levantó de la silla y me pidió lo acordado. Allí razoné, con sorpresa, que la entrevista había llegado a su fin, y que El Mono no me había contado todo. Le entregué al pelao veinte mil pesos que no me sobran y regresé por donde había venido, pensando en este vitrikids y en lo que me dijo detrás de grabación: que mañana serán más, que más pelaos buscan el CCGP para robar y parchar, más vitrikids, como dice usted, llegarán para romper la tranquilidad de sus billeteras, que aunque seamos indeseables somos lo que somos y no aparentamos una vida cosmética, porque así somos, pobres con derecho a caer al CCGP para divertirnos y robar.

Me detengo en una esquina y paro un mototaxi, tomo el casco y veo al CCGP que, imponente y brillante, domina la pequeña cumbre que se levanta al final del barrio Atalaya. Pienso en El Fercho, El Mono, Yilda y otros vitrikids, y el futuro incierto que les espera: un futuro de ilusiones cosméticas, de promesas rotas y sueños a medio hacer. ¿A dónde va?, pregunta el mototaxista, amigo, llévame al CCGP, tengo ganas de un cafecito. Si señor, para ya es tarde, me responde y presiona el acelerador.





Comentarios

  1. Artículo tendencioso que busca culpar de la pobreza el actuar de ladronzuelos, encubriéndolos bajo el manto del «pobrecitismo», «hijos de la sociedad que no han encontrado otra oportunidad» redunda en espacios comunes típico de columnistas «héroes sociales» que siempre culpan a la sociedad, al consumismo y en general al sistema de hacer ladrones y malandros.

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    Respuestas
    1. Si lo analizas más a profundidad no busca defender a los ladronzuelos bajo el pretexto de "pobrecillos" en cierta forma busca demostrar el como nosotros mismos somos parte responsables del actuar de esos jóvenes y sobre todo busca evidenciar un caso real del mundo actual y no solo quedarnos con nuestro ideal de "ahí va el ladrón" pues al fin y al cabo, Caperucita siempre será la buena disposición no escuchamos al lobo

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