Por: César Augusto García Arias.
AREQUIPE
Boca, mano, cuerpo, arequipe.
¡Mmmmmm!, que rico, me gusta. Bocas, manos, cuerpos, más arequipe, ¿vecino?, ¿vecinos?...Bocas, manos,
cuerpos… ¡TINTINTINTINTINTIN! ¡Adriana el celular, Adriana el celular!, se
escuchaba, y eso la despertó.
Adriana contestó el celular:
--- ¿Hola? Amor, ya casi termino el turno. ¿Estás bien?
Bueno, entonces te veo más tarde.---y Adriana terminó la llamada sin dejar de
pensar en aquel extraño sueño, que la sonrojaba, que la intimidaba, porque eran
sus vecinos quienes le tocaban, porque no quería caer en las redes del amor. Quiso
entender por qué su sueño era similar a los anteriores, y concluyó que el común
denominador era esta irrefutable verdad: que su cuerpo existía y clamaba por deseo,
clamaba por una señal, de esas que despiertan las curiosidades reprimidas y
alimentan los demonios del amor.
¿Pasará de nuevo?, se preguntó en silencio.
Adriana trabajaba como enfermera en el Hospital María
Inmaculada, de Florencia, Caquetá. Había hecho un buen grupo de amigas ---todas
enfermeras---, que a veces coincidían en los finales de turnos y en fiestas
esporádicas. A diferencia de sus amigas, Adriana era la única mujer cuarentona,
con un hijo y viuda, que se mostraba indiferente en las cosas del amor. Ella
misma les decía a sus amigas que era mejor estar sola que mal acompañada. Pero
era una verdad a medias y ella lo sabía. Aunque tratara de negarlo, era
evidente que envidiaba los abrazos y los besos apasionados del novio de Diana;
que se perdía, a veces por minutos enteros, en pieles y bocas de hombres
descamisados y aguapanelozos que se acercaban a pedirle información; y que
siempre que veía entre pasillos al alto y bien parecido enfermero Dagoberto, un
corrientazo atravesaba su sexo. Esto sin mencionar los ya señalados, y cada vez
más frecuentes microsueños sexuales, que durante motosos laborales, le
arrojaban, sin su consentimiento, al placer de las carnes.
Un lunes Adriana coincidió con sus amigas y escuchó las
dulces palabras de Diana, que enamorada, contaba cómo Felipe, su nuevo novio,
le decía cosas bonitas al oído, le compraba regalos y la invitaba a bailar. Luego
se despidió de sus amigas, y pensó en pasar por el supermercado a comprar
remesa que le faltaba en la cocina. En el supermercado paseó aquí y allá, y se
cruzó con una nueva sección de comestibles donde se exhibían conservas, frascos
de mermelada y grandes frascos de arequipe. Evaluó el precio de un frasco de
mermelada, pero le pareció excesivamente caro. Dio un paso al costado y se
concentró en el precio de un frasco de arequipe, y llegó a la conclusión que no
estaba caro. Pero estaba indecisa. Hasta que recordó que podría utilizar el
frasco como recipiente de café, una vez el arequipe se acabara. Entonces tomó
un frasco de arequipe con tapa metalizada y lo llevó al canasto de la compra.
Lo primero que suele hacer Adriana cuando llega al barrio
es llamar a la puerta de Gertrudis y esperar que su hijo Nicolás abra la
puerta. A veces siente pesar de la vieja y le regala pan, cigarrillos o panela.
Ese lunes, por ejemplo, le regaló dos libras de arroz:
---Vecina, ¿cómo se comportó Nicolás hoy?
---Bien Adrianita, bien. Estuvo viendo televisión.
---Umm. Vecina, le traje este arrocito, espero le sirva.
---Ay Dios le pague Adrianita, muchas gracias.
---Chao vecina, me llevo a mi hijo, Dios le pague.
---Chao vecina, gracias por el arrocito. Y chao Nicolás.
--- ¡Nicolás, que CHAO!
Adriana abrió la puerta y le ordenó a Nicolás que se
quitara el uniforme y sacara los cuadernos del morral. Así lo hizo. Luego
Adriana dejó las bolsas del mercado sobre la mesa, se sentó, y mirando la
profundidad del lugar, comprobó lo pequeña que era su casa. Dos alcobas, un
baño y una sala-cocina. Eso era todo. En la sala-cocina suele ver las novelas
de la noche o los dibujos animados que más le gustan a Nicolás. Y como no tiene
patio, no le queda de otra que colgar la ropa húmeda en un tendedero
improvisado que atraviesa la sala-cocina, que también se llena de baldes, los
cuales evitan que el piso se convierta en una piscina. Y es razonable que sea
así, ya que su sueldo de enfermera, que escasamente le alcanza para el
arriendo, la colegiatura de su hijo y la comida, es una fantasía. Prueba de
esto es que a veces llega a fin de mes alcanzada y le toca romper el cochinito
que su fallecido esposo le regaló un día de fiestas. Sin embargo, este mes no
hará tal cosa, gracias a que Yely, su vecina, logró pagarle la hechura de un
vestido por encargo.
---Mami, no hay tareas para mañana.
---Bueno hijo, entonces coma y luego a dormir.
---Mami yo quiero arequipe.
---No, eso es para los desayunos. Mañana le doy.
Llevó a Nicolás a la cama, lo arropó y le acarició la
cabeza. Luego regresó a la sala-cocina para ver la novela. En el trayecto
recordó que no había cenado, y eso justificaría abrir el frasco de arequipe.
Encendió la estufa, doró dos tostadas y se sentó a la mesa. Allí agarró el
frasco de arequipe y procedió a destaparlo. Pero no pudo. Intento de nuevo y el
resultado fue el mismo. No se dio por vencida y tomó un limpión, que a
continuación utilizó como friccionante. Pero el resultado era el mismo. Regresó
al método antiguo, y nada. Volvió al limpión. Nada. Entonces puso el frasco en
la mesa---tenía la cara enrojecida--- y esperó una lluvia de ideas. Se le
ocurrió utilizar un cuchillo, pero recordó que un vecino se había lesionado la
mano utilizando ese método. Ya no sabía qué hacer, hasta que se le ocurrió
pedir ayuda al vecino. ¿Cómo hacerlo? Pensó en hacer una coartada. No se le ocurrió mejor idea para ello que
tomar una llave inglesa guardada en la antigua caja de herramientas de su
fallecido marido y proceder a desajustar el grifo del lavaplatos. Estaba listo
el engaño. Luego buscó en sus contactos el nombre de Ignacio, el plomero del
barrio, y le marcó.
---Aló, ¿Ignacio? Hola, soy Adriana, que pena llamarle a
esta hora. Tengo un problema. Tengo una fuga de agua y no puedo repararla.
¿Puede venir ahora?
---Sí, claro. Ya salgo para allá.
Adriana abrió la puerta y era Ignacio, que se reportó
vestido con un esqueleto y una camisa desabotonada. Una vez adentro, Adriana
llevó a Ignacio hasta la fuga y él no perdió tiempo en comenzar la reparación.
Se tiró sobre el piso, se quitó la camisa, y dejó al descubierto su cuerpo
aguapanelozo y aceitado. Adriana no dejaba de verle. Por un momento se perdió
en esas pieles, que lucían idénticas a las pieles de sus sueños, y no pudo
evitar que su sexo se mojase.
---Listo. Es raro, parece que alguien hubiera manipulado la
tubería con una llave.
---Cuando yo llegué ya estaba así.
---Ummm, a veces pasa.
---Vecino, ¿Cuánto le debo?
---Tranquila vecina, hoy por ti, mañana por mí.
---Ay gracias vecino.
Y recordó que había llamado a Ignacio para algo más
importante. No más engaño. Giró su cabeza, agarró el frasco de arequipe y conectó
con Ignacio haciendo cara de niña regañada.
---Ignacio, un último favor. Me da pena con usted. Podría
abrir este frasco de arequipe. Se puso necio el frasco.
---Claro.
Pero Ignacio no pudo. Hizo caras, gestos, sudó y hasta
pataleó un poco, y el resultado fue el mismo, el frasco de arequipe seguía
cerrado, seguía necio.
--- ¿Esta duro verdad?
---Sí, muy duro vecina. No pensé que estuviera tan duro
esto.
---Y yo con ganas.
Entonces entendió que había metido la pata y cerró la boca.
O la abrió para decir por última vez, <<arequipe>>, ganas de arequipe
vecino, frase que la sonrojó más. Finalmente Ignacio, que estaba concentrado en
la tarea de abrir el frasco, desistió de la tarea y alzando los hombros en
forma de disculpa entregó el frasco a Adriana y se fue del lugar.
--Gracias Ignacio.
Sólo se escuchó un lejano<<bueno vecina,
bueno>>.
Boca, mano, frasco de arequipe. ¿Está duro vecino? No, yo
puedo con esto vecina. ¡Uy! cómo te pones Ignacio. ¡Uy! Boca, mano, arequipe.
Si abre el frasco el premio soy yo, soy yo, Ignacio. ¿Está duro vecino? Sí
vecina muy duro, muy…
--- ¡Señora, señora, señoraaaaa!
--- ¡Ay, qué pasó!
--- Se quedó dormida en la silla.
--- Ay que pena con usted.
--- Tranquila, ¿dónde puedo encontrar la sala de rayos
equis?
--- Al fonda a la
de…
¿Qué me pasa?, se dijo, y buscó a Diana para encontrar
respuestas. Divisó su amiga en la cafetería, y ya cuando estaba a punto de
tocarle el hombro, se arrepintió y pasó de largo. Qué estoy haciendo, qué pena.
Conociendo a Diana se riega el chisme y luego seré el hazme reír del hospital.
¡No! Mejor me guardo el secreto, pensó Adriana, volviendo a sus tareas.
Era martes y, exceptuando el fallido intento por hablar con
Dina, el día terminó como de costumbre. Esa noche coincidió con sus amigas al
final del turno, escuchó las historias de amor de Diana y su motorista, tocó la
puerta de Gertrudis, abrazó a Nicolás, preparó la cena de su hijo, vieron
televisión y luego a la cama. Pero Adriana no pudo conciliar el sueño. Entonces
se levantó y buscó tomar agua del grifo que reparó Ignacio. Luego se sentó en la mesa y vio el
frasco de arequipe. Intentó abrirlo, buscando que el universo conspirara a su
favor, pero el frasco seguía sellado. Parecía que la tapa de metal había sido
soldada al vidrio. En consecuencia, paró de hacer fuerza y de nuevo conectó
visualmente con el frasco. Hizo cama con su mano y arrimó su cabeza a la pared.
Boca, mano, arequipe, siga Ignacio; boca, mano, arequipe, ¿quieres tocarme
Ignacio? Bocas, manos, más arequipe, tócame Ignacio, aquí, frota, estás
caliente, mételo, mételo. Ahora úntame en arequipe Ignacio. ¿No puedes abrir el
frasco? Que idiota soy. Ya no te quiero Ignacio. Váyase, váyase, no lo quiero
ver más Ignacio. Saca mi mano de mi sexo. TAS, TAS, TAS, TAS, y golpes de
martillo la despertaron. Adriana se levantó aturdida y puso la oreja en la
pared que vibraba con los golpes. TAS, TAS, TAS, y un cuadro se cayó. ¡Hey! Mi
cuadro, le gritó a la nada. Y a ésta hora de la noche, se dijo, y levantó el
cuadro para volverlo a colgar. Detalló que la pared estaba agrietada y la
puntilla que sostenía el cuadro ya no estaba. Entonces, y todavía con el
recuerdo de los roces y los deseos, cogió un martillo y una puntilla de la caja
de herramientas de su exesposo. Martilló una vez y notó que la pared era más
delgada de lo que ella creía. Tomó el cuadro y lo colgó sin más. TA, TA, TA, se
escuchó en la puerta. ¿Quién será a ésta hora?, se preguntó Adriana y abrió la
puerta prevenida.
--- ¿Si?
---Hola vecina, soy Lorenzo. Usted no me conoce, soy su
nuevo vecino.
---Ajá.
---Vivo al lado y resulta que una puntilla que usted, o su
marido, no sé, martilló, atravesó un cuadro de mi abuelo.
---Y usted con sus martillazos agrietó la pared.
--- ¿En serio?
--- Si, y además tumbó un cuadro.
--- ¡Ay!, no sabía, lo siento.
---No tengo marido.
--- ¿Qué? Umm, entiendo.
---La pared es muy delgada.
---Sé de construcción. Si quiere le puedo ayudar con la
pared.
--- ¿A esta hora?
---Sí, pero si le molesta vengo otro día.
---No, no, entre. Salgamos de eso ya.
---Espere y traigo una mezcla que tengo en mi casa.
---Bueno.
Vaya que está guapo Lorenzo, pensó, y se quedó frente a la
puerta hasta que llegara ese misterioso hombre. Adriana ya no recordaba los
detalles de su sueño, porque se concentró en arreglarse el cabello y lisar su
falda de flores. TA, TA, TA, la puerta otra vez.
---Siga vecino.
---Gracias.
---Mire, aquí se venció la pared.
---Ahhh, sí, pero no es mucho. Ya lo arreglo.
---Bueno.
Lorenzo también iba descamisado. Tenía su misma estatura y
su barba lo hacía ver como actor de novela, de esas novelas que suele ver
Adriana en la noche. Y no paró de verlo.
--Vecina, es sólo revolver la mezcla y con este palustre
presionar la mezcla para que tape toda la grieta. Así, suavemente, suavemente,
penetrando hasta el fondo, hasta el fondo. Buscando que no se venga la mezcla
tan pronto. Buscando presionar y apretar con ritmo, suavemente, hasta que se
ponga duro, bien duro…. ¿Comprende?
---Ahh, ¿qué?, ¿qué? Ahhh, sí, sí, entiendo.
---Bueno.
--- ¿Lorenzo verdad?
--- Sí.
---…
---Bueno, ya es muy tarde. Me voy. Cualquier cosa que
necesite, a la orden.
---Gracias.
Cerró la puerta, y de nuevo sintió cómo se mojaba su sexo.
TAS, TAS, TAS. Ya voy.
--- ¿Ignacio? ---dice
Adriana, mientras ve a su vecino intentando abrir sin éxito el frasco de
arequipe de su propiedad.
---Vecina esto está duro. Esto está que me saca la leche.
¿Por qué no abre esta mierda?---le preguntó Ignacio.
---No lo sé, le respondió Adriana, que comenzó a escuchar
ruidos y voces extrañas provenientes de la sala-cocina, AAAAAAA, UUUUUU, AAAA,
UUUUU, JAJAJAJA, MAAAAAA, MIERDA, MIERDA, MIERDA, se escuchaba. Giró a su
alrededor e Ignacio ya no estaba, entonces le entró pánico y gritó. Pero su
grito era insonoro, como si fuera emitido en el vació, y una fuerza la empujó
al fondo de la sala-cocina. No podía creer lo que veía. Siete hombres
descamisados, aceitados y robustos, gritaban como cerdos en matadero, mientras
cada uno trataba de abrir ---sin éxito--- un frasco de arequipe parecido al que
Adriana compró en el supermercado. Adriana no sabía si correr o quedarse hasta
el final de la histeria, porque no controlaba su cuerpo, y el miedo se mezclaba
con el placer. De repente, apareció Ignacio, más grande, más sombrío, con su
habitual frasco de arequipe entre sus manos ---ésta vez abierto por completo---,
intentando sacar del frasco un minipalustre idéntico al utilizado por Lorenzo,
pero mucho más pequeño. Adriana vio el
palustre y sintió que una mano le apretujaba el corazón, y sin más, corrió en
dirección a la puerta para huir de la orgía de ruidos, hombres e imágenes que
no lograba entender.
---TAS, TAS, TAS, ¿Vecino?, ¿Lorenzo? Ábreme la puerta;
tengo miedo. Ábreme la… ¿Adriana?, despierta Adriana, despierta, y la mujer
despertó creyendo que su amiga era parte del sueño.
---Protégeme de Ignacio Diana. Protégeme.
--- ¿De quién?; no hay nadie más aquí que nosotras dos
Adriana.
--- ¿Estoy soñando Diana?
---No, mujer, esto es la realidad. Estás en el hospital.
--- ¿Y Lorenzo?
--- ¿Quién es Lorenzo? ¿Un novio? ¡Uuuuuy!, pillada.
--- Voy a trabajar.
Trabajó distraída. Obvio. Desde el primer sueño a este,
Adriana había notado que algo no la dejaba en paz. ¿Por qué Ignacio se me
presenta entrometido, intimidante, y abrió el frasco sacando de él una herramienta en miniatura similar a la que usó Lorenzo? ¿A caso Lorenzo y el palutre significa algo? ¿Podrá Lorenzo abrir el frasco?, se preguntó.
Llegó a casa y lo primero que hizo fue guardar en una caja
el frasco de arequipe. Luego durmió a Nicolás, que insistía en probar el
arequipe, para lo cual Adriana había tenido que decir que el arequipe no se tocaría
hasta navidad. Cansada, decidió sentarse a ver una novela entre baldes y
calzones colgando. En la novela una mujer golpeó la puerta de un hombre. Éste
abrió, y algo muy extraño pasó, porque el rostro del hombre era muy parecido al
rostro de Lorenzo. Entonces Adriana abrió los ojos y continuó viendo. Luego la
mujer le pregunta si puede ayudarle a abrir su puerta y él dice que sí. La
escena siguiente es el hombre intentando abrir la puerta y ella haciendo barra
para que el hombre, que se sabe es su vecino más cercano, lo consiga. Y pasa
que el hombre abre la puerta, se levanta y gira su cuerpo para quedar frente a
la mujer y entregarle las llaves, acción que aprovecha la mujer para conectarse
visualmente con el hombre, tomarle de la
mano como si lo conociese de toda la vida, y sin mucho protocolo, besarle con
la ternura y el miedo que una adolescente virgen de labios lo haría con su
primer amor.
Adriana quedó bailándole una idea en su cabeza. ¿Y por qué
no?, ¿Será capaz Lorenzo de abrir el frasco?, ¿por qué acudí ante Lorenzo en ese
sueño?, se preguntó. Así que se levantó, y con un brillo especial en sus ojos,
sacó el frasco de arequipe y caminó hacia la puerta. Pensó que era hora de
jugar y probar, y que nada malo podría suceder luego de la tontería que iba a hacer. Llegó a la puerta de Lorenzo y
tas, tas, tas, unos tímidos golpes vibraron en la madera.
Como si Lorenzo estuviera esperando toda la vida ese gesto, abrió la puerta.
---Hola Adriana.
---Hola Lorenzo.
--- ¿Pasó algo con la pared?
---No, viene porque…---y sin pronunciar palabra le entregó
el frasco de arequipe.
Lorenzo tomó el frasco, lo vio y comenzó a girar la tapa.
Parecía que Lorenzo tampoco sería ese hombre digno de ponerle los zapatos a la
princesa, de besar a la reina, o de tener a Adriana. Pero la mano de Lorenzo
comenzó a mover la tapa metálica. Con más fuerza, con más fuerza. Hasta que por
fin la tapa del frasco de arequipe quedó desvinculada del vidrio. Ambos,
Adriana y Lorenzo, lo notaron, y a continuación un olor a desayuno fresco y
fruta tocó sus rostros. Pasó que Adriana, sin dejar de ver el rostro de Lorenzo,
introdujo un dedo en el desvirginal frasco y lo hundió hasta chocar con su
fondo vidrioso. Todo con teatral lentitud. Lorenzo le veía, veía el
dedo, el frasco, y notó que ya era parte de un juego. Entonces Adriana retiró
lentamente su dedo lleno de arequipe y se lo llevó a su boca. Con su dedo
comenzó a penetrar su boca, lentamente, mientras gotas de arequipe resbalaban
por su mano. Adriana le veía, veía el dedo, el frasco, y comprendió que la
suerte estaba echada. Adriana comenzó, aun con el dedo en su boca, a moverse
hacia Lorenzo. Él respondió al gesto y, con un ademán rápido, mojó con su
lengua su boca. Adriana avanzaba---al ritmo que retiraba su dedo húmedo de su
boca acaramelada--- hacia adelante, pensando en actuar como la mujer de la
novela. Ahora Adriana estaba a una lengua de Lorenzo, y Lorenzo estaba a una
lengua de Adriana. Ella pensó, te voy a
besar, y cerró los ojos; y él
pensó, te voy a besar, y también
cerró los ojos. En cinco, cuatro,
tres, dos, uno, WOOF, WOOF, WOOF, ladró un perro, que corría hacia
ellos. Adriana abrió los ojos, y Lorenzo hizo lo mismo. Adriana tomó el frasco,
la tapa metálica y salió corriendo. Lorenzo la vio partir.
Adriana cerró la puerta y se apoyó por un instante en la misma. Luego acercó el frasco de arequipe a su pecho y avanzó hacia la mesa
con una enorme sonrisa en su rostro. Se sentó, dejó el frasco, se levantó,
buscó una bolsa, la tomó, caminó hacia la mesa, se volvió a sentar, puso la
bolsa sobre la mesa, la abrió, sacó dos
tostadas, las palpó, concluyó que estaban bien doraditas, y acercó el frasco de
arequipe. Abrió el frasco, tomó un cuchillo de los cubiertos, introdujo el cuchillo en el frasco y lo sacó
lleno de arequipe. Rápidamente tomó dos tostadas, acercó el cuchillo y mojó en
arequipe dichas tostadas. Vio por última
vez su creación, y llevó su cena a su boca.
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